
España 2025: El gran apagón destapa la ineficiencia del Estado y la dependencia del capital privado. ¿Somos ya una república bananera?
España, 28 de abril de 2025.
La península ibérica entera sumida en la oscuridad durante largas horas. Trenes detenidos. Semáforos apagados. Hospitales funcionando a duras penas con generadores de emergencia. Supermercados, comercios y comunicaciones colapsados. El gran apagón ha sido un golpe de realidad que ha dejado tras de sí no solo pérdidas materiales, sino al menos cinco muertes confirmadas relacionadas directamente con la falta de suministro eléctrico.
¿Un simple fallo técnico? ¿Una desafortunada coincidencia? ¿O quizás un síntoma de algo mucho más profundo que lleva años gestándose ante nuestros ojos?
Hoy, tras el gran apagón, debemos preguntarnos sin miedo:
¿Somos ya oficialmente una república bananera?
El gran apagón: síntomas de un Estado fallido
En cualquier país serio, un fallo eléctrico es un incidente. Se identifica, se gestiona con rapidez, se comunica con transparencia y se aprende de él.
En España, 2025, un fallo eléctrico se convierte en una crisis de Estado.
El Gobierno tardó más de seis horas en dar una explicación oficial, mientras la ciudadanía se enfrentaba al miedo, a la desinformación y al caos. No hubo protocolos visibles. No hubo calma ni liderazgo. Solo silencio.
Mientras hospitales y residencias luchaban por mantener a sus pacientes con vida, en muchas calles los ciudadanos salían a bailar, a cantar y a celebrar el “momento mágico”, como si todo fuera una fiesta. En lugar de exigir responsabilidades, una parte de la sociedad eligió anestesiarse en la frivolidad.
Esa indiferencia es quizá el síntoma más alarmante de la república bananera en la que estamos cayendo.
Caos social y la lección del capital privado
Mientras el apagón se prolongaba, las calles ofrecían una escena casi caricaturesca: supermercados como Lidl y Mercadona, equipados con generadores privados, se convirtieron en los únicos puntos de abastecimiento operativo.
Pero lo que debía ser una respuesta ordenada se transformó en estampidas de ciudadanos comprando compulsivamente, dejándose arrastrar por el miedo como rebaños sin liderazgo ni criterio.
Lo que vimos no fue resiliencia, sino histeria.
No fue organización civil, sino pánico irracional.
Un espejo incómodo que nos muestra que el problema de fondo no es solo el Estado fallido, sino también una sociedad adormecida, incapaz de mantener la calma y actuar con responsabilidad ante la crisis.
Paradójicamente, mientras la mayor empresa del país —el Estado—, sostenida con el dinero de todos, dejaba de prestar servicios básicos, dos empresas privadas, gestionadas con capital propio, seguían funcionando, protegiendo a sus clientes y cumpliendo su compromiso con la sociedad.
Esta escena resume mejor que mil discursos una verdad olvidada:
Cuando las empresas se gestionan con capital propio, duelen y exigen responsabilidad. Cuando el dinero es de todos y de nadie a la vez, la negligencia y la irresponsabilidad se vuelven sistémicas.
El apagón no solo fue eléctrico.
Fue también un apagón de carácter, de madurez y de gestión.
¿Qué nos ha llevado hasta aquí?
La politización absoluta de todos los sectores estratégicos, incluida la gestión energética, ha cobrado su precio.
Durante años, en nombre de una supuesta "transición ecológica justa", se han desmantelado infraestructuras críticas sin alternativas sólidas.
Se ha apostado ciegamente por una red basada casi exclusivamente en fuentes de energía intermitentes, sin garantizar la capacidad de respaldo necesaria.
A la hora de la verdad, la ideología ha pesado más que la seguridad.
Y cuando una emergencia llega, no basta con buenas intenciones ni con frases bonitas.
Se necesitan hechos, planificación y responsabilidad.
Todo lo que nuestros gobernantes parecen haber olvidado… o directamente despreciado.
El espejo incómodo: ¿más cerca de Venezuela que de Alemania?
Hagamos memoria: en 2014, cuando el virus del ébola llegó a España, la izquierda política y mediática incendió las calles por el sacrificio de un perro, Excálibur, exigiendo dimisiones inmediatas.
Hoy, tras al menos cinco muertes humanas relacionadas con el apagón, la izquierda guarda silencio o pide "paciencia y comprensión", mientras la derecha, como siempre, duerme en su arrogancia moral: "nosotros no somos como ellos". Entre unos y otros, la casa sin barrer. Y al final, perdemos todos.
¿Qué ha cambiado? ¿Vale ahora menos una vida humana que la imagen de un Gobierno amigo?
¿O es que dan igual las vidas si gobierna el color que le gusta a determinados ciudadanos, cegados por el fanatismo ideológico, mientras el resto de ciudadanos no reaccionan?
La república bananera no se define solo por su nivel de pobreza o corrupción.
Se define también por la normalización del fracaso, la resignación social y el doble rasero moral.
Por eso, la pregunta ya no es retórica: cada día nos parecemos menos a Alemania y más a esos regímenes donde la incompetencia no se paga… sino que se celebra.
Conclusión: España merece algo mejor
España no merece apagarse.
No merece resignarse a vivir en la mediocridad, en el caos institucionalizado, en la mentira elevada a doctrina oficial.
El gran apagón es mucho más que una caída de tensión: es el símbolo de un país que, si no reacciona, acabará perdiendo lo poco que le queda de dignidad y libertad.
¿Somos ya una república bananera?
Puede que aún no del todo. Pero cada día que pasa sin exigir responsabilidad, sin levantar la voz, nos acerca peligrosamente a ese punto.
España merece más.
Merece luz. Merece verdad. Merece coraje.
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